Un improvisado viaje a Almería ha
sido el motivo de mi ausencia en los últimos días. Hace apenas un par de
semanas que algunos amigos de hotel y una servidora decidimos pedir permiso en el
trabajo para escaparnos a la playa.
El destino no ha podido ser más
acertado: nada como unos días en el desierto disfrutando del sol y las playas vírgenes
de cabo de gata para desconectar del agitado ritmo de vida londinense. Cuatro días
tostándonos al sol, bebiendo sangría y tapeando en lugares donde reina la paz y
tranquilidad. La serenidad del mar reflejando el cielo como si fuera un espejo
a la puesta de sol hace que valga la pena cruzar el charco.
Ya de vuelta en Londres, sin
dormir y tras una agotadora jornada laboral, sólo me quedan los recuerdos de un
fin de semana en que disfruté cada minuto en buena compañía.
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