No hay nada como una conciencia
tranquila para dormir como un bebé. Anoche me quedé dormida antes de las diez y
esta mañana desperté completamente descansada y dispuesta a afrontar un duro día
de trabajo. Nada más abrir los ojos me di cuenta de que algo no iba bien:
demasiada luz para ser las cinco de la mañana. Cojo el móvil para mirar la hora
y el pánico se apodera de mí al ver que está apagado. Salto de la cama, voy al baño
a ponerme las lentillas, enciendo el portátil mientras me visto a toda prisa
y meto en el bolso el maquillaje y el
cargador del móvil. Al encender la pantalla del ordenador compruebo que,
efectivamente, en apenas media hora comienza mi turno en el hotel.
Corro a la parada de autobús, cruzo la calle como un kamikaze y salto en el primer autobús con dirección al centro. Lo peor de llegar tarde a los sitios es tener la certeza de que encontrarás todos los obstáculos posibles antes de alcanzar tu destino. La regla se cumple cuando el autobús se llena de varios turistas con maletas pidiendo instrucciones al conductor y al llegar a la estación de Earls Court tener que rodear los túneles del suburbano porque las escaleras que conectan el andén de la District con la Picadilly line han decidido dejar de funcionar. A cinco minutos para las siete salto del vagón en Hyde Park Corner y mi carrera hacia el hotel se ve truncada cuando no puedo pasar los controles de seguridad por haber olvidado la tarjeta de empleada. Finalmente llego a la oficina con el pelo sin lavar, el desastroso maquillaje por culpa de los vaivenes del metro y la necesidad imperiosa de una ducha y un café. Mientras mi corazón vuelve a latir con normalidad, sonrío y pienso: "Don't worry about stupid things..."
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