Friday, 5 July 2013

4 de julio

No es un día cualquiera para mí, ya que es la fecha que marca el comienzo de la etapa más importante de mi vida. Hace tres años, el 4 de julio de 2010, temblaba de nervios en barajas despidiéndome de mi familia, pasando el control de seguridad con lágrimas en los ojos y con un nudo en el estómago por el miedo a lo desconocido.

Dicen que quien no arriesga no gana, pues bien, yo me la jugué al cambiar un trabajo de periodista por uno de camarera en un país donde no conocía a nadie y sin apenas hablar el idioma.

Recuerdo como si fuera ayer la sensación que tuve al llegar a Epsom, el pueblo al sur de Londres que se convirtió en mi hogar durante casi cuatro meses. La admiración por la vegetación, las casas con fachadas estilo tudor y la tranquilidad que reinaba en los alrededores del pequeño hotel que sería mi nuevo hogar. Allí encontré la paz interior que tanto necesitaba tras tres años trabajando a contrarreloj encerrada en una oficina.

Ahora me resulta gracioso recordar como pasaba las horas en el restaurante intentando descifrar las conversaciones de mis compañeros. Intentando aprender la diferencia entre lagers y ales, entre medium rare y well done. Ser la única extranjera tuvo muchas ventajas pero también inconvenientes, y la frustración por no poder comunicarme y verme aislada hizo mella en mi estado de ánimo.

Por suerte tuve el coraje suficiente para volver a hacer las maletas y comenzar de cero, esta vez en mi hábitat: la city. Londres fue mi tierra prometida. Aquí encontré mi sitio. Descubrí que existe un lugar en el que cualquiera con ganas de trabajar es bienvenido y donde ser valora el trabajo duro. En tres años he estado desempleada menos de diez días. En apenas tres años he pasado de pulir vasos a servir cocteles a celebrities a trabajar en la recepción de uno de los mejores hoteles de lujo de la ciudad.

No me arrepiento de cada una de las decisiones que he tomado, porque todo pasa por alguna razón y siento que Londres era mi destino. A veces me pregunto cómo sería mi vida si hubiera seguido en Madrid, si no hubiera renunciado a mi carrera ni cortado una relación con un hombre que puso su futuro en mis manos.

De momento me conformo con pasar mi aniversario de la mejor manera posible: disfrutando de la ola de calor que ha traído el verano a la ciudad tomando unos pimms en Hyde Park con Mario. No pude resistir salir con él pese a saber que está jugando con mis sentimientos. ¿Pero acaso la vida en sí misma no es un juego?


 

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