Tomé
la decisión de escribir este blog hace apenas una semana, cuando en compañía de
mis amigas, surgió el tema de conversación estrella: los chicos. Siempre he
sido una quiero y no puedo en este tema, soy una inconformista nata y exijo
demasiado. Cabe decir que mi última relación seria acabó hace casi cinco años
y, aunque he tenido varias historias duraderas desde entonces, no he vuelto a
enamorarme.
Harta
de historias que no llevan a ninguna parte, a comienzos del año pasado decidí
cortar por lo sano. Se acabaron las citas incómodas, las historias de una noche
y las relaciones con fecha de caducidad. Durante seis meses dediqué todo mi
tiempo y energías a disfrutar de la compañía de mis amigos y a cumplir esos
propósitos de año nuevo que normalmente no seguimos durante más de una semana:
comer sano, ir al gimnasio, leer más… lo
que viene siendo una dieta detox de cuerpo y espíritu.
Y
entonces llegó el verano y una amiga me invitó a pasar cuatro días en la isla
de Corfú con su novio y el mejor amigo de éste, Kostas: un excéntrico griego
compañero de batallas de la universidad y dueño de una maravillosa casa con
vistas al mar. Fue el viaje más desorganizado de mi vida, sin planes ni visitas
obligadas. Pasamos los días tirados al sol, bañándonos en las impresionantes
playas de aguas cristalinas, disfrutando de la sabrosa cocina griega y bailando
hasta el amanecer en los bares de la ciudad vieja.
Taché
de loco a Kostas desde el minuto uno del viaje. Su marcada personalidad hace
que le ames o le odies, pero desde luego no deja indiferente a nadie. Creo que
jamás he conectado tanto con alguien en tan poco tiempo, su sentido del humor y
su forma de ver el mundo me fascinaban, era como si nos conociéramos de toda la
vida.
Sé
que suena a tópico pero vivimos una historia de las que crees solamente pasan
en las películas. Disfruté cada minuto de nuestro tiempo juntos y abandoné la
isla con el corazón en un puño y la esperanza de que cumpliese su promesa de
visitarme en Londres.
Pasaron
dos meses y poco a poco empecé a perder contacto con Kostas. Pensé que a lo
mejor había idealizado nuestra historia y que para él yo había sido una
aventura más de verano. Fue entonces cuando recibí un mensaje suyo diciendo que
vendría a la ciudad en un par de semanas. Quedamos en que me buscaría a la
salida del trabajo y tomaríamos algo por Soho.
Resultó
extraño verle después de tanto tiempo, le noté un poco callado pero pensé que
sería el efecto del maravilloso clima otoñal de Londres, no precisamente el
escenario más propicio para un reencuentro. Tras vagabundear en busca de un bar
abierto y pedir unas cervezas, Kostas me dijo que había algo importante que
tenía que contarme. Casi se me cae el alma a los pies cuando me dio las gracias
por haber entrado en vida, que fui su lucky charm para encontrar a la persona
que más quería en el mundo.
Le
miraba boquiabierta cuando me contó que la noche en que nos dejó a mi amiga, su
novio y a mí en el aeropuerto, accidentalmente chocó con una chica cargada de
maletas recién llegada a la isla. El incidente no fue más allá de las disculpas
de rigor, pero, horas más tarde, volvieron a encontrarse en uno de los bares de
la zona y el resto es historia.
¿Cómo
he de reaccionar a una declaración semejante? Se supone que debo alegrarme por
él? Aunque quería salir de allí, echar a correr y olvidar que alguna vez nos
conocimos, decidí pasar un rato con él y echarnos unas risas. Una rebuscada
parte de mi mente albergaba la esperanza de que no hubiera viajado más de dos
mil kilómetros sólo para plantarme en persona. No me equivocaba, las
circunstancias truncaron el futuro de una breve historia y siempre me
preguntare lo que pudo haber sido.
Me
ha costado bastante tiempo recordar a Kostas sin sentir pena o decepción, pero
a día de hoy me alegro de haber sido su
talismán de la suerte. A fin de cuentas el inspiró el título de este blog.
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