Aunque seguimos sufriendo temperaturas gélidas parece que las nubes han dado tregua al sol en la ciudad. Algo parecido ha sucedido en mi vida ya que los últimos días han sido vitales para mi trayectoria profesional en el hotel.
Hace aproximadamente un mes me ofrecieron la
oportunidad de postularme por un puesto en la recepción, lo que supondría dejar
a un lado las bandejas y limpiar las telarañas que se acumulan en mi cabeza
tras casi tres años siendo camarera.
He de confesar que me abruma este nuevo reto por
la inseguridad que me provocan mis limitadas dotes de oratoria en el idioma de Shakespeare:
poco inglés se necesita para tomar órdenes, servir bebidas y limpiar mesas. A
esto se une el hecho de que no tengo experiencia en un puesto similar y algo me
dice que el trabajo de recepcionista en un hotel de cinco estrellas va más allá
de recibir a los huéspedes y asignar habitaciones.
En cualquier caso, no dejo de repetirme aquello
de “quien no arriesga no gana”, porque a fin de cuentas, si todo sale mal,
siempre puedo recurrir con a mi plan B de ganarme la vida haciendo daiquiris y
margaritas en una isla perdida del Caribe.
Y si nada sale bien...
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